opinión

Sofía Pardo Huguet: "Muerte en París"

sofia pardo
photo_camera Sofía Pardo Huguet.

El pasado 24 de Enero, entre examen y examen, cigarro y café en la espera, mis compañeras y compañero hablábamos sobre experiencias humanas vividas en viajes a otros países que no son el nuestro y sus similitudes o diferencias sociales.

Rememoré dos que me marcaron:

La primera fue negativa, depravada e inhumana. En una calle céntrica de Londres, un sábado sobre la 22:00, un adolescente negro, haciendo piruetas tontas, calló con la pierna en el borde de una acera y se rompió la cadera de mala manera.

Sus gritos de dolor eran insoportables, la calle estaba repleta de “personas” que iban y venían a sus ociosidades. Éramos tres amigas veinteañeras, una de ellas estudiaba medicina y le movilizó lo mejor que supo, con su vestido blanco como la pureza de todos los colores. Le atendimos ante la impasibilidad de la multitud.

Nadie ayudaba, el muchacho gritaba y gritaba.

Pasaron dos “bobis” a los que pedimos ayuda y se mofaron diciendo que la gente “Nigar” siempre quería hacer espectáculo.

Había un restaurante italiano en la misma acera, salieron corriendo las camareras, inmigrantes. Rumana, búlgara y de otro país del Este. Entraron a llamar a una ambulancia, nadie de las que le atendimos teníamos teléfonos móviles. Salió el dueño gritándoles a las trabajadoras que pagarían con su dinero aquella llamada. Media hora después llegó la ambulancia y los sanitarios no pudieron poner peor cara ante el caso. Seguramente la lesión era irreversible.

El amigo del muchacho nos dijo que éramos sus hadas, mi amiga, la estudiante de medicina vestida de blanco, la virgen Mary como le dijo el chaval que tanto sufrió y que sólo vio esa luz durante tantos minutos de terror.

La segunda fue positiva, era 2008, una calle de muchos carriles, tráfico horrible, atascos, hora punta. Estambul.

Un coche embistió a un motorista por detrás y salió disparado, quedó como un guiñapo en la calzada.

Se paró todo el tráfico, salieron de los automóviles, autobuses, camiones prácticamente todas las personas que estaban dentro a atender al herido. Las aceras, repletas de personas, se echaron a la calzada arriesgando su propia integridad. Se organizó todo un pasillo para que en 15 minutos la ambulancia ya estuviera atendiendo al herido. Personas llorando, atendiendo, hablando por dispositivos móviles sin cesar, consolando, haciendo carril de emergencia y ocupadas, además de preocupadas por ese desconocido con casco que sangraba.

Hoy hemos amanecido con la muerte por incapacidad de la sociedad de René Robert.

El artista falleció el 19 de enero, a la edad de 84 años, en la calle de Turbigo, en París.

Había caído al suelo y quedado inconsciente. Tras NUEVE HORAS, NUEVE, inerte en el suelo, murió por congelación.

En una calle comercial, con tiendas, hostelería, despachos de servicios y gente que va y viene continuamente, que vive su día a día entre trabajo, quehaceres, familia, llevar un pastel a casa por un cumpleaños o una manualidad a la escuela infantil…entre deshumanización, egoísmo, prisas innecesarias, cariño de saldo y apariencia feliz de Instagram. El señor que yacía en el suelo era un viejo.

2022 comienza fuerte en salir todavía peores.

René Robert era un amante del blanco y negro en sus fotografías. Nadie vio color en su muerte.

“Muerte en Venecia” hablaba de la decadencia de la vejez personal y su no aceptación.

“Muerte en París” dice que la sociedad está pervertida en su decadencia y la acepta con todas sus consecuencias.

Sofía Pardo Huguet