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Olga Hernández Vitoria gana el IV Certamen de Poesía Villa de Ágreda

Un total de 30 participantes de diferentes comunidades autónomas han competido en esta edición

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photo_camera Vista del municipio de Ágreda.

Un total de 30 participantes de diferentes comunidades autónomas han competido en la cuarta edición del Certamen de Poesía que convoca la concejalía de Turismo y Medioambiente del Ayuntamiento de Ágreda como una apuesta para unir la belleza y tradiciones de la villa con la cultura y fomento de las artes.

El Consistorio agradece a la empresa Ágreda Automóvil su colaboración un año más como patrocinador del evento, cuyo tema principal este año ha sido la propia villa de Ágreda. 

El jurado experto en literatura universal eligió como ganadora la obra titulada 'Ágreda, tu cuerpo habitado' destacando la estructura temática del poema, sus imágenes audaces, el ritmo acompasado a la temática y el lirismo. El primer premio estaba dotado con 600 euros. 

La ganadora, agredeña de nacimiento, Olga Hernández Vitoria, licenciada en Filosofía y Letras especializada en filología francesa e inglesa, ha recibido la noticia con gran emoción e ilusión ya que mantiene una estrecha relación con la Villa de las Tres Culturas como lo demuestra en su poema. 

La entrega del premio se realizará a lo largo de las XIII Jornadas del Cardo Rojo de Ágreda, además tanto el poema ganador como el del resto de los participantes estarán expuestos del 3 al 11 de diciembre en la sala de exposiciones García Royo del Palacio de los Castejón en horario de 11:00 a 19:30 horas.  

POEMA GANADOR

 

ÁGREDA, TU CUERPO HABITADO.

He tatuado tu nombre en mi pupila

y he llevado en mis ojos el secreto.

Nací en ti y a ti vuelvo enardecida

en mis noches de insomnio y de recuerdo.

Ágreda fértil, esencial Ágreda

sostengo con tu cuerpo mi existencia

donde el Ser y la Nada se confunden

respiro asida al aire de tus tardes de fruta

y a tus voces de acanto.

Tus miembros son mis miembros

esos felinos ojos de tu espalda

y el azulado rostro del Moncayo

con sus canos mechones de diciembre

tus órganos que guardan el misterio

de noches estrelladas tras su manto.

Exploro tus entrañas al alba más remota

disfruto de mi hallazgo en su interior

tus membranas de plata y tu útero vivo

donde los cardos rojos nacen y se engalanan

con sus terrosos trajes de domingo.

Tu sangre como un río remansa en los Ojillos

tu pulso en las campanas, el paso de tu voz

la dermis de tus huertas, de tu carne y tu baba,

un órgano pulposo de músculo desnudo,

indicios que acallaron cualquier eco de adiós.

Despierta sus sentidos la dehesa,

despereza el deseo con sus hambrientos labios

y sostiene los besos de un tiempo que desliza

su impetuosa lengua

entre los muslos del castaño.

Su humedad alumbra entre las sombras

el audaz esplendor de su vientre callado

El Tirador prepara ya la mano

que devuelve los juegos de pelota.

En el Barrio, los islámicos arcos de tus ojos de piedra

cejas de medio punto mirando hacia la vega

el moño repeinado de la Muela,

San Juan y San Miguel

arquitecturas varias de tu cuerpo preñado de recintos

con su cintura amurallada

tan cerca de La Peña.

Alza los hombros el palacio,

abre el portón de su pecho de ébano

muestra la columnata de las pétreas piernas

que rodean el patio.

Amaina el viento que cada tarde ondula sus cabellos de tejas

permanece la cita del sol en el alero de su frente

seca el sudor de su sien

y el musgo de su axila

cuando el vencejo dorado acude a su ventana

y picotea sus mejillas.

Desde la azotea se adivina

el ritmo de unas aguas cristalinas

que discurren en paz desde el Moncayo.

El torreón de la Costoya,

una atalaya de luz y de memoria,

un solo de violín en el lunar de tus escápulas

herrajes de amapola, los goznes de tus codos

Llama a su puerta inexistente

la despeinada cabellera de las mieses de antaño

y esa irisada espiga de tu nuca de miel

el soplo que riza los trigales y se acuesta a tus pies

impregnando su huella.

Estalla en amplitud la inmensidad mucosa

donde hierve la vida

los brazos de tus calles, el Mercadal, la plaza

ese ombligo marcado

de arrugas en la piel

lóbulo dilatado de bullicio de gentes

que caminan y charlan al calor de tus venas

tu corazón henchido de susurros de ninfa,

algarabía, música

olvidadas las ánforas, sus líquidos de hiel.

Las sirenas de antaño anudan tu garganta

mientras el nácar de tus dientes

mastica las horas que son mías

y el silencio se instala

en el amanecer rotundo de tu boca.

Las palmas de tus manos alzan su rostro

hacia la nueva virgen del cerro de la horca.

El Queiles serpentea por entre los visillos de tus ubres,

y la hortigada tez del puente Caña,

sortea para ti versos sin estrenar

bajo un jardín barroco sin mañana.

Un tiempo destructor con afiladas uñas

se acerca a tus espaldas

mas no logra arañar el puro acontecer de tu existencia,

esa tensión vital que escurre por tus cuestas

por esas piernas tuyas que pican los insectos

en el tardo atardecer de tu inocencia.

Tras tu álbum de ojeras

mantienes la ternura que de niña aprendiste

sobre la bicicleta de tus desmantelados sueños

con esos frescos glúteos de albahaca en el sillín de cuero

y tus pies en los firmes pedales de tu anhelo.

Agreda, nací en ti y ahora permaneces.

Tu cuerpo a mi lado.

Habitado.

 

Olga Hernández Vitoria